jueves, 29 de diciembre de 2011

Retornando a nuestra paz




EL PERDON, LA RESTAURACIÓN DE LA PAZ

Por Hugo Betancur

El perdón es una restauración de la mentalidad comprensiva. Significa que hemos entrado en una dimensión de entendimiento o de consciencia en que nos liberamos de nuestros juicios negativos y de las culpas decretadas.

El perdón es un retorno a la mentalidad recta: nuestra mente  se da cuenta que las manifestaciones de cada uno corresponden a las actitudes y comportamientos que su personalidad puede emprender y que nuestras elecciones provienen de nuestras condiciones particulares. 


Cada uno de nosotros conforma sus acciones y comportamientos con la información que tiene en su mente. Utilizamos nuestro propio archivo de datos para decidir qué hacemos; escogemos en cada momento la opción que se acomoda  a nuestra personalidad (que denominamos presuntuosamente "individualidad") y desechamos otras opciones que para otros observadores -o para nuestra evaluación ulterior-  resultan "mejores", más justas, menos tormentosas.

La comprensión nos lleva a la paz.

Cuando decidimos “perdonar” a otros simplemente estamos aceptando las limitaciones de sus personalidades, su vulnerabilidad, su susceptibilidad a errar, su ignorancia,  tal vez su desbordado egoísmo...


Los juicios negativos que hacemos expresan claramente nuestra percepción -cómo definimos a otros y cómo interpretamos sus hechos o sus manifestaciones de vida. También esos juicios que emitimos nos definen a nosotros: qué visión tenemos, que tan flexibles somos, cómo es nuestra tolerancia y nuestra capacidad para entenderlos.

Podemos darnos cuenta que cada uno actúa según sus condiciones subjetivas y según las circunstancias de tiempo y espacio que atraviesa. Las acciones y comportamientos de cada uno son sus manifestaciones singulares.


Nuestras decisiones posibles están subyugadas al estado de nuestras mentes y no al ideal que otros pretendan aplicarnos.

El perdón es un cambio de mentalidad respecto a otros y un reconocimiento del libre albedrío. (Posiblemente muchos comportamientos propios o de otros encajen en la definición de "actos estúpidos".

El perdón nos libera del yugo de los juicios  negativos que impusimos contra otros y que es una proyección de nuestras mentes –para experimentar la vida, atraemos las personas y situaciones que nos permitirán conformar nuestras vivencias y nuestros aprendizajes en las relaciones.

El perdón es la percepción ajustada a los ritmos y la interacción progresiva de la vida.

Hay dos disposiciones humanas avasalladoramente conflictivas y egocéntricas: lo que llamamos orgullo y la tendencia a juzgar negativamente –lo que hacemos cuando nos plantamos ante otros como sus opuestos y adversarios.

Cuando elegimos subjetivamente esas dos alternativas disociadoras, psicológicamente adoptamos posiciones de ataque o defensa discriminando a los seres humanos que confrontamos desde la altivez retadora e impositiva del orgullo o desde la terquedad y dureza de nuestros juicios.

Desde niños escuchamos estas frases caóticas: “¡Está herido (o herida) en su orgullo!”, “¡Me hirió en mi amor propio!”, “¡Me siento herido (o herida) en lo más profundo¡”. Esas son frases cargadas de dramatismo y de hostilidad: expresan que alguien hirió y que alguien fue herido (o herida).

En otra vertiente, los juicios negativos contra las acciones de otros o contra ellos por lo que hicieron, son una reacción de rechazo y de discriminación que adopta quien juzga.

¿Quién o qué fue herido o afectado por las acciones de otros?

Hay un “yo” o ego que se atribuye o se asigna la función de exponer su orgullo lastimado y de juzgar a otros.

El orgullo es una idea o un conjunto de ideas que exaltan atributos o creencias que exhibimos como superiores o como dignos de culto y reconocimiento –el orgullo por apellidos o ancestros, por alguna condición de grupo o de territorialidad, por alguna jerarquía o posición competitiva y socialmente alcanzada, por algunas posesiones materiales privilegiadas que hemos recibido y que otros no tienen…

Habiendo asumido que algo representa un motivo de orgullo adherimos a ello confiriéndole una valoración o rango de exclusividad que debemos defender y ostentar (tal vez como nuestro trofeo o nuestra condición particular que nos eleva sobre otros).

El “orgullo herido” y los juicios negativos que proferimos nos impulsan a protagonizar nuestros papeles de ofendidos y de víctimas (los desvalidos en la vivencia común) y a señalar a otros como ofensores, victimarios y culpables.

Cuando  asumimos que “nuestro orgullo ha sido herido” o que otros “actuaron mal” les atribuimos la culpa.

La culpa es sinónimo de pecado, la transgresión de una norma moral que dictamina los comportamientos y las acciones humanas.

Otros pueden determinar nuestras culpas y acusarnos públicamente. También nosotros podemos sentirnos culpables de algo (percibimos la culpa como un estado de malestar ante los hechos).

Las culpas provienen de los juicios negativos sobre acciones y comportamientos.

Los culpables deben ser castigados por sus culpas según esas normas morales que sirven como patrón de juicio. Y los castigos deben ser ejemplares y contundentes contra quien transgredió las normas, y para demostración y escarmiento de otros en lo sucesivo.

El orgullo herido debe ser reparado según las exigencias del ego: el culpable identificado deberá ser doblegado y castigado también para vengar la afrenta padecida.

En el elemental razonamiento del ego todos los conceptos están definidos muy rígida y mecánicamente –la ofensa, la culpa, el resentimiento, el juicio, el castigo, la venganza…

En la dimensión del ser –la psiquis de cada uno-, la vida es un escenario de interacción, de relaciones donde expresamos nuestras personalidades en nuestras acciones y comportamientos. Podemos actuar allí acogedores, solidarios y constructivos, o podemos actuar hostiles, codiciosos y destructivos. Alternamos nuestros roles en la dualidad, de un extremo a otro hasta que alcanzamos nuestra paz.

Cada personalidad tiene sus rasgos propios que la retratan como diferente. En algunos períodos de nuestras historias podemos demostrar nuestras  cualidades de altruismo, afecto, hospitalidad, consideración hacia los demás; en otros períodos podemos ser disociadores, ambiciosos, caprichosos y agresivos.

Las características de nuestras personalidades podemos expresarlas en las relaciones y bajo las condiciones de las situaciones que atravesamos.

Lo más deplorable y oscuro de esa personalidad en evolución puede aparecer  allí, y también lo más amable y luminoso.

Cuando predominan las características negativas o adversas de la personalidad, las manifestaciones externas pueden ser marcadamente violentas y destructivas.

Cuando predominan las características positivas o armoniosas de la personalidad, las manifestaciones externas pueden ser acogedoramente apacibles y constructivas.

Bajo las condiciones  de cada momento –personalidad y circunstancias-,  el ser humano sensato y ecuánime actúa respetuosamente con los demás; el ser humano tonto y perturbado actúa despectivamente respecto a los demás -posiblemente en su mente ofuscada no tenga la capacidad temporal de evaluar qué tan violentas son sus acciones ni qué consecuencias atrae contra sí como represalia (puede representar el papel de un tonto reducido a su restringido ambiente hogareño que solo afecta a sus allegados o el de un tonto con una posición de gran influencia, por lo que sus elecciones pueden afectar a un  gran número de seres humanos).

Llegados al término de su jornada, el rey y el mendigo son solo dos caminantes fatigados y tristes que han experimentado sus papeles afanosamente: uno se creyó elegido por la providencia para  doblegar a otros y ser servido y el otro se creyó víctima de un destino injusto y cruel que lo condenó al sufrimiento y al hambre. 

Esperando el instante en que deberán partir, ambos están preocupados y abatidos porque no lograron comprender  cuál era su aprendizaje y la relación armoniosa que pudieron cumplir. Sin embargo, el viejo rey conserva aún algún fulgor desafiante de soberbia en la mirada y el viejo pordiosero algún gesto mezcla de impotencia y de aflicción.

Cuando dejamos de juzgar negativamente, nos liberamos de las culpas propias y ajenas y empezamos a reconocer nuestra paz.

Hugo Betancur (Colombia)




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martes, 27 de diciembre de 2011

La guerra. El odio.






LA   GUERRA1

Por Jiddu Krishnamurti


« Ningún dirigente, ni gobierno, ni ejército, ni patria, va a darnos la paz. Lo que traerá la paz es la transformación interna que conducirá a la acción externa. La transformación interna no es aislamiento; no consiste en retirarse de la acción externa. Por el contrario, sólo puede haber acción verdadera cuando hay verdadero pensar; y no hay pensar verdadero cuando no hay el conocimiento propio. Si no os conocéis a vosotros mismos, no hay paz. »

«  Pregunta: ¿Cómo podemos resolver, nuestro caos político actual y la crisis del mundo? ¿Hay algo que un individuo pueda hacer para atajar la guerra que se avecina?

«  Krishnamurti: La guerra es la proyección espectacular y sangrienta de nuestra vida diaria, ¿no es así? La guerra es una mera expresión externa de nuestro estado interno, una amplificación de nuestra actividad diaria. Es más espectacular, más sangrienta, más destructiva, pero es el resultado colectivo de nuestras actividades individuales. De suerte que vosotros y yo somos responsables de la guerra, ¿y qué podemos hacer para detenerla?

«  Es obvio que la guerra que nos amenaza constantemente no puede ser detenida por vosotros ni por mí porque ya está en movimiento; ya está desencadenándose, aunque todavía en el nivel psicológico principalmente. Como ya está en movimiento, no puede ser detenida; los puntos en litigio son demasiados, excesivamente graves, y la suerte ya está echada. Pero vosotros y yo, viendo que la casa está ardiendo, podemos comprender las causas de ese incendio, alejarnos de él y edificar en un nuevo lugar con materiales diferentes que no sean combustibles, que no produzcan otras guerras. Eso es todo lo que podemos hacer. Vosotros y yo podemos ver qué es lo que engendra las guerras, y si nos interesa detenerlas, podemos empezar a transformamos a nosotros mismos, que somos las causas de la guerra.

«  Una señora americana vino a verme hace un par de años, durante la guerra. Me dijo que había perdido a su hijo en Italia y que tenía otro hijo de dieciséis años al que quería salvar; de suerte que charlamos del asunto. Yo le sugerí que para salvar a su hijo debía dejar de ser americana; debía dejar de ser codiciosa, de acumular riquezas, de buscar el poder y la dominación, y ser moralmente sencilla, no sólo sencilla en cuanto a vestidos, a las cosas externas, sino sencilla en sus pensamientos y sentimientos, en su vida de relación. Ella dijo: "Eso es demasiado. Me pide usted demasiado. Yo no puedo hacer eso, porque las circunstancias son demasiado poderosas para que yo las altere". Por lo tanto, resultaba responsable de la destrucción de su hijo.

«  Las circunstancias pueden ser dominadas por nosotros, porque nosotros hemos creado las circunstancias. La sociedad es el producto de la relación; de vuestras relaciones y las mías, de todas ellas juntas. Si cambiamos en nuestra vida de relación, la sociedad cambia. El confiar únicamente en la legislación, en la compulsión, para la transformación externa de la sociedad mientras interiormente seguimos siendo corrompidos, mientras en nuestro fuero íntimo continuamos en busca del poder, de las posiciones, de la dominación, es destruir lo externo, por muy cuidadosa y científicamente que se lo haya construido. Lo que es del fuero íntimo se sobrepone siempre a lo externo.

«  ¿Qué es lo que causa la guerra religiosa, política o económica? Es evidente que la creencia, ya sea en el nacionalismo, en una ideología o en un dogma determinado. Si en vez de creencias tuviéramos buena voluntad, amor y consideración entre nosotros, no habría guerras. Pero se nos alimenta con creencias, ideas y dogmas, y por lo tanto, engendramos descontento. La presente crisis, por cierto, es de naturaleza excepcional, y nosotros, como seres humanos, o tenemos que seguir el sendero de los conflictos constantes y continuas guerras, que son el resultado de nuestra acción cotidiana, o de lo contrario ver las causas de la guerra y volverles la espalda.

«  Lo que causa la guerra, evidentemente, es el deseo de poder, de posición, de prestigio, de dinero, como asimismo la enfermedad llamada nacionalismo ‑el culto de una bandera- y la enfermedad de la religión organizada, el culto de un dogma. Todo eso es causa de guerra; y si vosotros como individuos pertenecéis a cualquiera de las religiones organizadas, si sois codiciosos de poder, si sois envidiosos, forzosamente produciréis una sociedad que acabará en la destrucción.

«  Nuevamente: ello depende de vosotros y no de los dirigentes, no de los llamados hombres de Estado, ni de ninguno de los otros. Depende de vosotros y de mí, pero no parecemos darnos cuenta de ello. Si por una vez sintiéramos realmente la responsabilidad de nuestros propios actos, ¡cuán pronto podríamos poner fin a todas estas guerras, a toda esta miseria aterradora! Pero, como veis, somos indiferentes. Comemos tres veces al día, tenemos nuestros empleos, nuestra cuenta bancaria, grande o pequeña, y decimos: "por el amor de Dios, no nos moleste, déjenos tranquilos".

«  Cuanto más alta es nuestra posición, más deseamos seguridad, permanencia, tranquilidad, menos injerencia admitimos, y más deseamos mantener las cosas fijas, como están; pero ellas no pueden mantenerse como están, porque no hay nada que mantener. Todo se desintegra. No queremos hacer frente a estas cosas, no queremos encarar el hecho de que vosotros y yo somos responsables de las guerras.

«  Vosotros y yo charlamos de paz, nos reunimos en conferencias, nos sentamos en torno a una mesa y discutimos; pero en nuestro fuero íntimo, en lo psicológico, deseamos poder y posición, y nos mueve la codicia. Intrigamos, somos nacionalistas; nos atan las creencias, los dogmas, por los cuales estamos dispuestos a morir y a destruirnos unos a otros. ¿Creéis que semejantes hombres ‑vosotros y yo- podemos tener paz en el mundo?

«  Para que haya paz, debemos ser pacíficos; vivir en paz significa no crear antagonismos. La paz no es un ideal. Para mí un ideal es simple evasión, un modo de eludir lo que es, una contradicción con lo que es. Un ideal impide la acción directa sobre lo que es. Mas para que haya paz tendremos que amar, tendremos que empezar, no a vivir una vida ideal sino a ver las cosas como son y obrar sobre ellas, a transformarlas.

«  Mientras cada uno de nosotros busque seguridad psicológica, la seguridad fisiológica que necesitamos ‑alimento, vestido y albergue- se ve destruida. Andamos en busca de seguridad psicológica, que no existe; y, si podemos, la buscamos por medio del poder, de la posición, de los títulos, de los nombres, todo lo cual destruye la seguridad física. Esto, cuando se lo considera, resulta un hecho evidente.

«  Para traer paz al mundo, por lo tanto, para detener todas las guerras, tiene que haber una revolución en el individuo, en vosotros y en mí. La revolución económica sin esta revolución interna carece de sentido, pues el hambre es el resultado del defectuoso ajuste de las condiciones económicas producido por nuestros estados psicológicos: codicia, envidia, mala voluntad y espíritu de posesión.

«  Para poner fin al dolor, al hambre, a la guerra, es preciso que haya una revolución psicológica, y pocos de nosotros están dispuestos a enfrentar tal cosa. Discutiremos sobre la paz, proyectaremos leyes, crearemos nuevas ligas, las Naciones Unidas, y lo demás. Pero no lograremos la paz porque no queremos renunciar a nuestra posición, a nuestra autoridad, a nuestros dineros, a nuestras propiedades, a nuestra estúpida vida.

«  Confiar en los demás es absolutamente vano; los demás no nos traerán la paz. Ningún dirigente, ni gobierno, ni ejército, ni patria, va a darnos la paz. Lo que traerá la paz es la transformación interna que conducirá a la acción externa. La transformación interna no es aislamiento; no consiste en retirarse de la acción externa. Por el contrario, sólo puede haber acción verdadera cuando hay verdadero pensar; y no hay pensar verdadero cuando no hay el conocimiento propio. Si no os conocéis a vosotros mismos, no hay paz.

«  Para poner fin a la guerra externa, debéis empezar por poner fin a la guerra en vosotros mismos. Algunos de vosotros moverán la cabeza y dirán "estoy de acuerdo", y saldrán y harán exactamente lo mismo que han estado haciendo durante los últimos diez o veinte años. Vuestra conformidad es puramente verbal y carece de significación, pues las miserias y las guerras del mundo no van a ser detenidas por vuestro fortuito asentimiento. Sólo serán detenidas cuando os deis cuenta del peligro, cuando percibáis vuestra responsabilidad, cuando no dejéis eso en manos de otros.

«  Si os dais cuenta del sufrimiento, si veis la urgencia de la acción inmediata y no la aplazáis, entonces os transformaréis; y la paz vendrá tan sólo cuando vosotros mismos seáis pacíficos, cuando vosotros mismos estéis en paz con vuestro prójimo.


«  EL   ODIO

«  Pregunta: Si he de ser perfectamente honrado, debo admitir que casi todo el mundo me provoca resentimiento y a veces odio. Eso hace que mi vida sea muy desdichada y penosa. Entiendo intelectualmente que soy ese resentimiento, ese odio, pero no puedo hacerle frente. ¿Puede usted mostrarme el camino?

«  KRISHNAMURTI: ¿Qué entendemos por “intelectualmente”? Al afirmar que comprendemos algo intelectualmente, ¿qué queremos decir con eso? ¿Existe algo que pueda llamarse comprensión intelectual? ¿O es que la mente sólo comprende las palabras, porque ese es nuestro único medio de comunicarnos unos con otros? ¿Podemos comprender algo mentalmente, por medio de palabras? Eso es lo primero en que tenemos que ser bien claros: si la llamada “comprensión intelectual” no es un impedimento a la comprensión. La comprensión, por cierto, es integral, no dividida ni parcial. O comprendo algo, o no lo comprendo. El decirse a uno mismo: “yo comprendo algo intelectualmente”, es sin duda una barrera para la comprensión. Es un proceso parcial, y, por lo tanto, no es en modo alguno comprensión.
«  Pues, bien, la pregunta es ésta: Yo, que estoy resentido, que estoy lleno de odio, ¿cómo he de librarme de ese problema, o como he de hacerle frente? ¿Qué es un problema? Sin duda, un problema es algo que perturba.
«  Yo estoy lleno de resentimiento, lleno de odio; detesto a la gente, y eso me causa dolor. Y me doy cuenta de ello. ¿Qué he de hacer? Este es un factor que perturba mucho mi vida. ¿Qué tendré que hacer? ¿Cómo estaré realmente libre de ello? No se trata tan sólo de desprenderme de ello por el momento, sino de librarme fundamentalmente de ello. ¿Cómo habré de proceder?
«  Esto para mí es un problema porque me perturba. Si no fuera una cosa perturbadora, no sería problema para mí, ¿verdad? Porque causa dolor, perturbación, ansiedad, porque creo que es feo, quiero librarme de él. Por consiguiente, es a la perturbación que yo me opongo, ¿no es así? Le doy diferentes nombres en distintos momentos, en diferentes estados de ánimo; un día lo llamo esto, y otro día otra cosa. Pero el deseo, en el fondo, es no verme perturbado. ¿No es eso? Como el placer no perturba, lo acepto. No deseo librarme del placer porque en él no hay perturbación, al menos por el momento. Pero el odio, el resentimiento, son factores muy perturbadores en mi vida, y yo deseo librarme de ellos.
«  Mi interés es no ser perturbado, y estoy buscando una manera de no ser nunca perturbado. ¿Y por qué no he de serlo? Yo tengo que ser perturbado para descubrir algo, ¿no es cierto? Yo tengo que pasar por tremendos trastornos, disturbios, ansiedades, para poder descubrir, ¿no es así? Porque si no me veo perturbado, me quedaré dormido. Y tal vez sea eso lo que la mayoría de nosotros desea en realidad: que se nos apacigüe, que se nos haga dormir, alejarnos de toda perturbación, hallar aislamiento, un retiro, seguridad. Si a mí no me importa, pues, ser perturbado (en realidad, no superficialmente); si no me importa ser perturbado porque deseo descubrir la verdad al respecto, entonces mi actitud hacia el odio, hacia el resentimiento, sufre un cambio, ¿verdad? Si no me preocupa ser perturbado, entonces el nombre no tiene importancia, ¿no es así? La palabra “odio” no es importante; ¿lo es acaso? O “resentimiento” contra la gente carece de importancia, ¿no es así? Porque entonces vivo instantáneamente el estado que llamo “resentimiento”, sin hablar de la vivencia.
«  La ira es una cualidad muy perturbadora, como lo son el odio y el resentimiento; y muy pocos de nosotros experimentamos la ira inmediatamente sin nombrarla. Si no la nombramos, si no la llamamos “ira”, la vivencia es, por cierto, distinta, ¿verdad? Como la denominamos, con ello reducimos la vivencia nueva a lo viejo o la fijamos en términos de lo viejo. Mientras que si no la nombramos, hay entonces una vivencia que se comprende inmediatamente, y esta comprensión trae una transformación en el momento de esa vivencia.
«  Tomemos, por ejemplo, la mezquindad. La mayoría de nosotros no nos damos cuenta si somos mezquinos: mezquinos en cuestiones de dinero, mezquinos para perdonar a la gente; mezquinos, simplemente, bien lo sabéis. Estoy seguro que esto nos resulta familiar. Ahora bien, dándonos cuenta de ello, ¿cómo vamos a librarnos de esa condición? No se trata de llegar a ser generosos, que no es lo importante. El estar libre de mezquindad implica generosidad; no necesitáis volveros generosos. Evidentemente, hay que darse cuenta de ello. Puede que seáis muy generosos al hacer un gran donativo a vuestra sociedad, a vuestros amigos, pero terriblemente mezquinos en cuanto a dar mayor propina; bien sabéis lo que entiendo por “mezquino”. Uno no es consciente de ello. Cuando uno llega a darse cuenta de ello, ¿qué ocurre? Nos esforzamos por ser generosos, tratamos de vencer nuestra mezquindad, nos disciplinamos con el fin de ser generosos, y así sucesivamente. Pero, después de todo, el ejercitar la voluntad para ser algo sigue siendo parte de la mezquindad, dentro de un circulo mayor) Así, pues, si no hacemos ninguna de esas cosas y simplemente nos damos cuenta de lo que implica la mezquindad, sin aplicarle un término, veremos que ocurre una transformación radical.
«  Tened a bien experimentar con esto. Primero, uno tiene que ser perturbado; y es obvio que a casi ninguno de nosotros le gusta ser perturbado. Creemos haber hallado una norma de vida ‑el Maestro, la creencia, lo que sea- y allí nos establecemos. Es lo mismo que tener un buen puesto burocrático y establecerse en él para el resto de la vida.
«  Con esa misma mentalidad enfocamos diversas cualidades de las cuales queremos librarnos. No vemos la importancia de ser perturbados, de estar interiormente inseguros, de librarnos de toda dependencia. Es sólo en la inseguridad, sin duda, que descubrís, que podéis ver, que comprendéis. Queremos tener, como el hombre de mucho dinero, una vida fácil. Él no será perturbado; él no quiere ser perturbado.
«  La perturbación es esencial para la comprensión y cualquier intento de hallar seguridad es un obstáculo a la comprensión; y cuando queremos libramos de algo que nos perturba, ello es por cierto un obstáculo. Mas si podemos experimentar un sentimiento inmediatamente, sin nombrarlo, creo que es mucho lo que en ello encontraremos. Entonces ya no hay pugna con el sentimiento, porque el experimentar y lo experimentado son una misma cosa; y eso es esencial. Mientras el experimentador nombre el sentimiento, la vivencia, él se separará de ella y actuará sobre ella; y tal acción es artificial, ilusoria. Pero si no se nombra, el experimentador y lo experimentado son una sola cosa. Esa integración es necesaria, y hay que enfrentarla radicalmente. »
1. Extracto del libro “La libertad primera y última”, por Jiddu Krishnamurti. Preguntas y respuestas. 10. La guerra.  13. El odio. Editorial Edhasa


Reflexiones de Jiddu Krishnamurti en:
http://www.jiddu-krishnamurti.net/es/
 


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lunes, 26 de diciembre de 2011

Respirando en nuestra paz



¿QUÉ ES LA PAZ VERDADERA?

Por Thich Nhat Hanh


La paz verdadera siempre es posible. Sin embargo, requiere fuerza y práctica, especialmente en tiempos de grandes dificultades.

Para algunos, la paz y la no-violencia son sinónimos de pasividad y debilidad. En realidad, practicar la paz y la no-violencia no es nada pasivo. Practicar la paz, hacer que la paz viva en uno mismo, significa cultivar de forma activa la comprensión, el amor y la compasión, incluso frente a los malentendidos y los conflictos. Practicar la paz, especialmente en tiempos de guerra, requiere coraje.

Todos nosotros podemos practicar la no-violencia. Se empieza por reconocer que, en las profundidades de nuestra conciencia, a la vez se encuentran las semillas de la compasión y las semillas de la violencia.

Tomamos conciencia de que nuestra mente es como un jardín que contiene todo tipo de semillas: semillas de comprensión, semillas de perdón, semillas de atención, y también semillas de ignorancia, miedo y odio. Nos damos cuenta de que en cualquier momento podemos actuar con violencia o bien con compasión, dependiendo de la fuerza que tengan estas semillas dentro de nosotros.

Cuando regamos las semillas de ira, violencia y miedo varias veces al día, crecen con más fuerza. Entonces somos incapaces de ser felices, incapaces de aceptarnos a nosotros mismos; sufrimos y hacemos sufrir a los que nos rodean. Pero cuando sabemos cómo cultivar las semillas de amor, compasión y comprensión, estas semillas se harán fuertes y las semillas de violencia y odio se harán cada vez más débiles.

Si entendemos esto, ya estamos de camino hacia la paz.


Publicado en revista Resurgence:
http://www.resurgence.org/magazine/author136-thich-nhat-hanh.html

LLAMADME POR MIS VERDADEROS NOMBRES
Por Thich Nhat Hanh

No digáis que partiré mañana,
pues aún estoy llegando.
Mirad profundamente; estoy llegando a cada instante,
para ser brote de primavera en una rama,
para ser pajarillo de alas aún frágiles,
que aprendo a cantar en mi nuevo nido,
para ser mariposa en el corazón de una flor,
para ser joya oculta en una piedra.
Aún estoy llegando para reír y para llorar,
para temer y para esperar.

El ritmo de mi corazón es el nacimiento y la muerte
de todo lo que vive.
Soy un insecto que se metamorfosea
en la superficie del río.
Y soy el pájaro
que se precipita para tragarlo.
Soy una rana que nada feliz
en las aguas claras del estanque.
Y soy la serpiente acuática
que sigilosamente se alimenta de la rana.
Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos,
mis piernas tan delgadas como cañas de bambú.
Y soy el comerciante de armas
que vende armas letales a Uganda.
Soy la niña de doce años,
refugiada en una pequeña embarcación,
que se arroja al océano
tras haber sido violada por un pirata.
Y soy el pirata,
cuyo corazón es aún incapaz
de ver y de amar.
Soy un miembro del Politburó
con todo el poder en mis manos.
Y soy el hombre que ha pagado
su "deuda de sangre" a mi pueblo
muriendo lentamente en un campo de concentración.

Mi alegría es como la primavera, tan cálida
que hace florecer las flores de la Tierra entera..
Mi dolor es como un río de lágrimas,
tan vasto que llena los cuatro océanos.

Llamadme por mis verdaderos nombres, os lo ruego
para poder despertar
y que la puerta de mi corazón
pueda quedar abierta,
la puerta de la compasión.

Thich Nhat Hanh
Llamadme por mis verdaderos nombres. Editorial La llave, 2001

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miércoles, 21 de diciembre de 2011

Krishnamurti: Más allá de la violencia


MÁS  ALLÁ  DE  LA  VIOLENCIA*

Por Jiddu Krishnamurti

Primera parte. Numeral 1. La existencia

“Un hombre que tiene el corazón lleno de júbilo no siente odio, ni violencia, ni acarreará la destrucción de otro.”

“Tecnológicamente, el hombre ha progresado en forma increíble, pero a pasar de ello continúa como ha sido por miles de años: pendenciero, codicioso, envidioso, agobiado por un gran sufrimiento”.

“Porque a menos que haya una revolución radical y fundamental en la psiquis, en la misma raíz de nuestro ser, el mero reajuste, la mera legislación en la periferia, tendrá muy poco sentido.”


«Me gustaría hablar sobre el problema total de la existencia. Probablemente ustedes saben tan bien como el que habla, lo que está ocurriendo realmente en el mundo un caos total, desorden, violencia, formas de brutalidad extrema, tumultos que terminan en guerra. Nuestra vida es extraordinariamente difícil, confusa y contradictoria no sólo dentro de nosotros mismos- como si se tratara de algo bajo la epidermis sino también en lo externo. La destrucción es absoluta. Todos los valores van cambiando de día en día, no hay respeto, ni autoridad, y nadie tiene fe en nada, sea lo que fuere; ni en la iglesia, ni en la sociedad establecida, ni en filosofía alguna. De manera que uno está absolutamente sólo para averiguar por sí mismo qué ha de hacer en este mundo caótico. ¿Cuál es la acción correcta? si es que existe tal cosa como una acción correcta.
«…

«Lo que vamos a hacer juntos es examinar los hechos como son, muy de cerca, objetivamente, no de manera sentimental o emocional. Para explorar en esa forma, tenemos que estar libres de prejuicios, libres de cualquier condicionamiento, de cualquier filosofía o creencia. Y si queremos descubrir vamos a explorar juntos pausadamente, pacientemente, con detenimiento…

«No aprenderemos de acuerdo con el temperamento, el condicionamiento, o la creencia particular de cada uno; sólo observamos lo que realmente es, y así aprenderemos. Y en el aprender está la acción el aprender no está separado de la acción.

«Por lo tanto, primero vamos a entender lo que significa el término comunicar. Inevitablemente tenemos que usar palabras, pero es mucho más importante ir más allá de las palabras. Eso significa que ustedes y el que habla haremos juntos un viaje de investigación, donde cada cual estará en comunicación constante con el otro, o sea, participando juntos, explorando, observando juntos. Porque esa palabra comunicación significa participar, compartir…

«Por eso es muy importante inquirir cómo se ha de observar, cómo se ha de mirar con ojos limpios, cómo escuchar de manera que no haya distorsión. La responsabilidad de participar en esta discusión es tanto de ustedes como del que les habla vamos a trabajar juntos. Hay que comprender esto muy claramente desde el principio: no nos dejaremos dominar por sentimentalismos o emocionalismos en forma alguna.

Si eso está claro, que ustedes y el que les habla, por estar libres de prejuicios, de creencias, de nuestro particular condicionamiento y conocimiento, nos sentimos libres para examinar entonces podemos seguir adelante…

«Miremos ahora lo que está ocurriendo realmente en el mundo. Hay violencia de toda clase, no sólo externamente sino también en nuestras relaciones mutuas. Hay infinidad de divisiones nacionalistas y religiosas entre los hombres, cada uno contra el otro, tanto política como individualmente. Viendo toda esta vasta confusión, este inmenso sufrimiento, ¿qué hará usted? ¿Puede usted esperar que alguien le diga lo que ha de hacer?, ¿bien sea el sacerdote, el especialista, o el analista? Ellos no han traído paz o felicidad, alegría o libertad al vivir. Por lo tanto, ¿a quién va usted a recurrir? Si asume la responsabilidad de su propia autoridad como individuo, porque ya no tiene fe en la autoridad exterior y usamos la palabra «autoridad» deliberadamente en un sentido particular de dicha palabra- entonces, ¿recurrirá, como individuo, a su propia autoridad internamente?

«La palabra «individualidad» significa «indivisible», no fragmentado. La individualidad envuelve una totalidad, el todo, y la palabra «todo», significa saludable, sagrado. Pero usted no es un individuo, no es sano, porque está hecho pedazos, fraccionado en sí mismo; está en contradicción consigo mismo, separado, y, por lo tanto, no es un individuo en absoluto. Así, pues, ¿cómo puede usted, dentro de esta fragmentación, esperar que un fragmento asuma autoridad sobre los demás fragmentos?

«Por favor, vea esto muy claramente; es lo que estamos examinando, pues vemos que la educación, la ciencia, la religión organizada, la propaganda y la política han fracasado. Ellas no nos han traído la paz, aun cuando el hombre ha progresado tecnológicamente en forma increíble. Éste, sin embargo, continúa tal como ha sido por millares de años: pendenciero, codicioso, envidioso, violento v agobiado por grandes sufrimientos. Ese es el hecho; no es una suposición.

«Para determinar qué haremos, por lo tanto en un mundo tan perturbado, tan brutal, tan completamente infeliz, tenemos que examinar no sólo qué es el vivir como es en realidad- sino también tenemos que comprender lo que es el amor y qué significa morir. Asimismo debemos comprender lo que el hombre ha estado tratando de encontrar durante miles de años: si existe una realidad que trasciende todo pensamiento. Hasta tanto no comprendamos la complejidad de este cuadro, el preguntarnos: «¿Qué voy a hacer respecto de un fragmento en particular?», no tiene sentido en manera alguna. Tenemos que comprender la totalidad de la existencia, no simplemente una parte de ella, no importa lo tediosa, lo agonizante, lo brutal que esa parte sea, tenemos que ver el cuadro total todo el panorama de lo que es el amor, de lo que es la meditación, si existe tal cosa que llaman Dios, lo que significa vivir. Tenemos que comprender este fenómeno de la existencia como un todo. Unicamente entonces podremos formular la pregunta: «¿Qué debo hacer?» Y si vemos ese cuadro completo, probablemente nunca formularemos la pregunta entonces estaremos viviendo, y ese vivir será la acción correcta.


Así, pues, veamos primero lo que es vivir y lo que no es vivir. Tenemos que comprender lo que significa la palabra «observar». Ver, oír, aprender ¿qué significa «ver»?

«El estar juntos mirando algo, no significa que formamos una unidad, sino que ustedes y el que les habla estamos en actitud de mirar. ¿Qué significa esa palabra «mirar»? Hay que saber el arte de mirar, cosa que es muy difícil. Probablemente usted nunca ha mirado un árbol, porque cuando de veras lo mira, surgen todos sus conocimientos botánicos, los cuales impiden verlo como realmente es. Es posible que tampoco haya mirado nunca a su mujer o a su esposo, o a su novio o novia, porque usted tiene una imagen de él o de ella. La imagen que usted ha construido de él o de ella, o sobre usted mismo, va a ser un estorbo para mirar. Por lo tanto, cuando mira hay distorsión, surge la contradicción. De manera que para mirar realmente, tiene que haber relación entre el observador y la cosa observada. Escuche, por favor, porque este asunto requiere gran cuidado. Usted sabe que cuando tiene interés en algo, realmente lo observa muy de cerca, lo cual significa que está movido por un gran afecto, entonces es capaz de observar.

«Así, pues, mirar juntos significa observar con cuidado, con afecto, de manera que juntos veamos la misma cosa. Pero primero debemos estar libres de la imagen que tenemos de nosotros mismos. Por favor, actúe a medida que se va explicando todo; el que le habla es simplemente un espejo y, por lo tanto, lo que ve es usted mismo en el espejo. El que le habla no tiene, pues, importancia alguna; lo importante es lo que usted ve en ese espejo. Y para ver con claridad y precisión, sin distorsión alguna, toda clase de imagen debe desvanecerse la imagen de que usted es americano o católico, de que usted es un hombre rico o pobre-; todos sus prejuicios tienen que desaparecer, y éstos desaparecen tan pronto ve claramente lo que está frente a usted, porque lo que uno ve es mucho más importante que lo que «debe hacer» en relación con lo que ve.

«Cuando usted ve algo con toda claridad, esa claridad actúa. Sólo la mente caótica, confusa, que selecciona, es la que pregunta: «¿Qué debo hacer?» Existe el peligro del nacionalismo, de la división entre las gentes; esa división constituye un enorme peligro porque en la división hay inseguridad, guerra, incertidumbre. Pero cuando la mente ve muy claramente el peligro de la división no de manera intelectual o emocional, sino de hecho lo ve- entonces surge una clase de acción totalmente distinta.

«Es muy importante, pues, aprender a ver, a observar. ¿Y qué es lo que observamos? No es únicamente el fenómeno externo, sino también el estado interno del hombre. Porque a menos que haya una revolución radical y fundamental en la psiquis, en la misma raíz de nuestro ser, el mero reajuste, la mera legislación en la periferia, tendrá muy poco sentido. De manera que sólo nos interesa averiguar si el hombre, tal como es, puede transformarse radicalmente a sí mismo, no de acuerdo con una teoría o filosofía en particular, sino viendo realmente lo que es. Esa misma percepción de «lo que es» efectuará el cambio radical. Y poder ver «lo que es» tiene la mayor importancia no lo que él cree que es, ni lo que le dicen que es.

«Hay una gran diferencia entre ser informado que uno tiene hambre y el estar en realidad hambriento. Los dos estados son completamente distintos. En el segundo caso usted sabe que está hambriento al percibir y sentir el hambre directamente; entonces actúa. Pero si alguien le dice que puede que usted tenga hambre, llevará a cabo una actividad completamente distinta. De igual manera tenemos que observar y ver por nosotros mismos lo que realmente somos. Y eso es lo que vamos a hacer: conocernos a nosotros mismos. Se ha dicho que el conocimiento de uno mismo es la más alta sabiduría, pero pocos lo hemos logrado. No tenemos la paciencia, la intensidad o la pasión, para averiguar lo que somos. Tenemos la energía, pero hemos transferido esa energía a otros, y por eso necesitamos que nos digan lo que somos.

«Vamos a averiguar esto, observándonos nosotros mismos, porque tan pronto ocurra un cambio radical en lo que somos, traeremos la paz al mundo. Tenemos que vivir libremente no para hacer lo que nos guste, sino para vivir felices jubilosos. Un hombre que tiene el corazón lleno de júbilo no siente odio, ni violencia, ni acarreará la destrucción de otro. Ser libre significa que no hay condenación, en forma alguna, de lo que vemos en nosotros mismos. La mayoría de nosotros condenamos o interpretamos, o justificamos; nunca miraremos sin justificar o condenar. Por lo tanto, la primera cosa que tenemos que hacer y probablemente es la última que tengamos que hacer- es observar sin condenar en forma alguna. Esto va a ser muy difícil, porque toda nuestra cultura, nuestra tradición consiste en comparar, justificar o condenar lo que somos. Decimos «esto es correcto», «esto está equivocado», «esto es cierto», «esto es falso», «esto es bello», lo cual nos impide observar lo que realmente somos.

«Escuchen esto, por favor: ustedes son una cosa viva, y cuando condenan lo que ven en ustedes mismos, lo hacen con un recuerdo que está muerto, que es el pasado. Por lo tanto, hay contradicción entre lo que es algo vivo y el pasado. Para comprender lo que está vivo, el pasado tiene que desvanecerse, de manera que podamos observar. Ustedes están haciendo esto ahora, mientras hablamos; no van a regresar a sus hogares para pensar sobre ello, porque desde el momento en que piensen al respecto, están liquidados. Esto no es terapia de grupo, ni una confesión pública lo que implica inmadurez. Lo que hacemos es explorar dentro de nosotros mismos como científicos, sin depender de nadie. Si confían en alguien están perdidos, no importa que sea un analista, su sacerdote, su propia memoria, o su propia experiencia, porque eso es el pasado. Y si están mirando el presente con los ojos del pasado, nunca comprenderán lo que es la cosa viva.

«De manera que estamos examinando juntos esta cosa viva que es usted, la vida, o lo que sea. Esto significa que miramos este fenómeno de la violencia, observando primero la violencia en nosotros mismos y luego la externa. Cuando hayamos comprendido la violencia en nosotros mismos, puede que entonces no sea necesario observar la externa, porque lo que somos internamente es lo que proyectamos fuera. Esa violencia en nosotros mismos es el resultado de la propia naturaleza, o de la herencia, o de la llamada evolución.

«Ese es un hecho: somos seres humanos violentos. Hay miles de explicaciones para esta violencia. Si nos regodeamos en ellas podemos extraviarnos porque cada especialista dice: «Esta es la causa de la violencia». Mientras más explicaciones recibimos, más seguros estamos de haber comprendido, pero la cosa continúa igual. Tengan siempre en mente, por favor, que la descripción no es la cosa descrita; la explicación no es lo explicado. Hay muchas explicaciones que son razonablemente sencillas y obvias ciudades hacinadas, exceso de población, herencia y todo lo demás al respecto; podemos echar todo eso a un lado. El hecho sigue siendo el mismo: que somos gente violenta. Desde la niñez nos educan para ser violentos, competidores, brutales unos con los otros. Nunca nos hemos confrontado con el hecho. Lo que hemos dicho es: «¿Qué debemos hacer con la violencia?»


«Por favor, escuchen esto con cuidado, o sea, con afecto, con atención. Tan pronto formulamos la pregunta: «¿Qué debemos hacer con ella?», la contestación siempre será de acuerdo con el pasado. Porque es lo único que conocemos: toda nuestra existencia tiene sus raíces en el pasado; nuestra vida es el pasado. Si alguna vez nos hemos mirado debidamente, habremos visto de qué manera extraordinaria estamos viviendo en el pasado. Todo pensamiento lo que examinaremos dentro de poco es la respuesta del pasado, la respuesta de la memoria, del conocimiento y de la experiencia. De modo que el pensamiento nunca es nuevo, nunca es libre. Con este proceso de pensar es que miramos la vida, y, por lo tanto, cuando preguntamos: «¿Qué debo hacer con la violencia?», ya hemos escapado del hecho.

«¿Podremos, pues, aprender, observar, qué es la violencia? Ahora bien, ¿cómo la mira usted? ¿La condena? ¿La justifica? Si no lo hace así, entonces, ¿cómo la mira? Por favor, vaya experimentando esto mientras hablamos de ello es tremendamente importante que lo haga. ¿Mira usted este fenómeno, el ser humano violento, que es usted mismo, como un extraño que mira dentro de usted? ¿O lo mira sin el extraño, sin el censor? Cuando mira, ¿lo hace como un observador, que es diferente de la cosa observada como alguien que dice: «No soy violento, pero deseo deshacerme de la violencia?» Cuando mira de esa manera está asumiendo que un fragmento es más importante que los demás fragmentos.

«Cuando miramos como un fragmento que mira otros fragmentos, entonces ese fragmento ha asumido autoridad, y ese fragmento causa contradicción y, por lo tanto, conflicto. Pero si podemos mirar sin fragmento alguno, entonces observamos la totalidad sin el observador. ¿Está usted escuchando todo esto? Hágalo pues, señor. Porque entonces verá que ocurre una cosa extraordinaria, entonces no tendrá conflicto de manera alguna. Nosotros somos el conflicto y es con el conflicto que vivimos. Estamos todo el tiempo en conflicto, en lucha constante, y en contradicción en la casa, en la oficina y mientras dormimos.

Resulta claro, pues, que hasta tanto no comprenda usted mismo la raíz de esta contradicción no de acuerdo con el que le habla, ni de acuerdo con nadie- no disfrutará de una vida de paz, alegría y felicidad. De manera que es esencial que comprenda cuál es la causa del conflicto, y, por lo tanto, de la contradicción, y cuál es su raíz. La raíz es esa división entre el observador y la cosa observada. El observador dice: «Debo deshacerme de la violencia», o «estoy viviendo una vida de no violencia», aun cuando él es violento lo cual es un pretexto, es hipocresía. Por lo tanto, es sumamente importante averiguar la causa de esa división.

«Esta persona que están ustedes escuchando no tiene autoridad alguna, no es su maestro, porque no existe gurú, ni seguidor alguno; sólo hay seres humanos tratando de descubrir una vida sin conflicto, para vivir pacíficamente, para vivir con gran abundancia de amor. Pero si siguen ustedes a alguien, están destruyéndose ustedes mismos y también al otro. (Aplausos). No aplaudan, por favor. No estoy tratando de entretenerlos, ni buscando sus aplausos. Lo que importa es que ustedes y yo comprendamos, y que vivamos una vida diferente no esta vida estúpida que llevamos. Y su aplauso, su aceptación o rechazo no cambia ese hecho.

«Es muy importante que comprendamos por nosotros mismos, que veamos, mediante la propia observación, que el conflicto existirá eternamente mientras haya división entre el observador y lo observado. En nosotros se manifiesta esa división, como el «yo», como el «ego», como el «mí» que trata de ser diferente de otra persona. ¿Está eso claro? Esa claridad existe- cuando uno ve el conflicto por sí mismo. No se trata de una mera claridad verbal, el oír una serie de palabras o ideas. Significa que uno mismo ve muy claramente, y, por lo tanto, sin elección, la forma en que esa división entre el observador y lo observado crea malestar, confusión y sufrimiento. De manera que cuando somos violentos, ¿podemos mirar esa violencia en nosotros sin el recuerdo, la justificación, la aseveración de que no debemos ser violentos, sino simplemente mirar? Lo cual significa que debemos estar libres del pasado. Para mirar necesitamos gran energía, debemos tener intensidad. Sin pasión no podemos mirar. A menos que tengamos gran pasión e intensidad, no podemos mirar la belleza de una nube, o las maravillosas montañas que hay aquí. De la misma manera, para poder mirarse uno mismo sin el observador, se requiere una pasión y energía tremendas. Y esa pasión, esa intensidad se destruye cuando comenzamos a condenar, a justificar, cuando decimos: «no debo», «debo» o cuando decimos: «Estoy viviendo una vida de no violencia», o aparentamos vivir una vida de no violencia.

«Por esa razón todas las ideologías son sumamente destructivas. El pueblo de la India ha hablado sobre la no violencia desde tiempos inmemoriales, y ha dicho: «Nosotros practicamos la no violencia». Son, sin embargo, tan violentos como cualquier otro pueblo. El ideal les produce cierta sensación de poder escapar hipócritamente del hecho. Si podemos descartar todas las ideologías, todos los principios, y simplemente confrontamos el hecho, entonces nos enfrentaremos con algo real, no con algo místico ni teórico.

«De manera que la primera cosa es observar sin el observador; mirar la esposa, los hijos, sin la imagen. La imagen puede que sea superficial, o que esté escondida en lo inconsciente; por eso tenemos que observar no sólo la imagen que hemos construido externamente, en los abismos profundos del ser la imagen de la raza, de la cultura, la perspectiva histórica de la imagen que tenemos de nosotros mismos. Debemos observar, pues, no sólo en el nivel consciente, sino también en el nivel oculto, en los lugares más recónditos de nuestra propia mente.

«No sé si usted ha observado alguna vez lo inconsciente. ¿Está interesado en todo esto? ¿Sabe lo difícil que es todo esto? Es muy fácil citar a alguien, o repetir lo que nuestro analista o el profesor nos ha dicho; eso es juego de niños. Pero si usted no se limita meramente a leer libros sobre estas cosas, entonces esa observación resulta ser extraordinariamente difícil. Parte de su meditación consiste en averiguar cómo mirar lo inconsciente; pero no a través de sueños, ni por medio de la intuición, porque su intuición puede ser su anhelo, su deseo, su esperanza oculta. Por eso tiene que averiguar cómo ha de mirar la imagen que ha creado sobre usted externamente el símbolo- y también cómo mirar profundamente dentro de sí mismo.

«Tenemos que darnos cuenta no sólo de las cosas externas, sino también del movimiento interno de la vida, del movimiento interno de los deseos, motivos ansiedades, temores, sufrimientos. Desde luego, darnos cuenta sin elección es darnos cuenta del color de la ropa que alguien usa, sin decir «me gusta», o «no me gusta», sino simplemente observar; mientras estamos sentados en un autobús observar el movimiento de nuestro propio pensamiento, sin condenar, sin justificar, sin elegir. Cuando miramos de ese modo vemos que no existe el «observador». El observador es el «censor», el americano, el católico, el protestante; él es el resultado de la propaganda; él es el pasado. Y cuando el pasado mira, es inevitable que separe, condene, o justifique. Supongamos que hay un hombre hambriento, que está realmente sufriendo. ¿Diría éste: «si hago esto, recibiré aquello?» El desea librarse del sufrimiento o desea llenar su estómago; nunca habla de teorías. De manera, señor, si me permite que le haga una sugerencia, líbrese usted mismo de la idea del «si» condicional. No viva en alguna parte en el futuro; el futuro es lo que usted proyecta ahora. El ahora es el pasado; eso es lo que usted es cuando dice: «Estoy viviendo ahora». Usted está viviendo en el pasado, porque el pasado lo está dirigiendo y moldeando; los recuerdos del pasado lo obligan a actuar de esta o de aquella manera.

Por lo tanto, «vivir» es estar libre del tiempo; y cuando usted dice «si» está introduciendo el tiempo. Y el tiempo constituye el más grande sufrimiento.

«INTERLOCUTOR: ¿Cómo podemos ser realmente nosotros mismos en nuestra relación con los otros?

«KRISHNAMURTI: Escuchen esa pregunta: «ser nosotros mismos». Si se me permite preguntar ¿qué es usted mismo? Cuando usted dice «nosotros mismos en nuestra relación con otro», ¿qué es usted mismo? Su ira, su amargura, sus frustraciones, sus desesperanzas, su violencia, sus esperanzas, su absoluta falta de amor ¿es eso lo que usted es? No, señor, no diga: ¿Cómo puedo ser yo mismo con otros?- usted no se conoce a sí mismo. Usted es todo eso, y el otro es todo eso también su miseria, sus problemas, sus caprichos, sus frustraciones, sus ambiciones; cada uno vive en aislamiento, en exclusión. Usted puede vivir con otro felizmente sólo cuando esas barreras, esas resistencias desaparecen.

«INTERLOCUTOR: ¿Por qué separa lo consciente de lo inconsciente cuando usted no cree en la separación?

«KRISHNAMURTI: Eso es lo que usted hace ¡yo no lo hago! (Risas). Durante las últimas décadas, se les ha enseñado, que tienen un inconsciente, y sobre eso se han escrito volúmenes; los analistas están haciendo fortunas con eso. El agua sigue siendo agua: no importa que la pongamos en un receptáculo de oro o en un jarro de barro, siempre es agua. De la misma manera, nuestro problema es no dividir, sino ver la totalidad, no ver un fragmento en particular como lo consciente o como lo inconsciente. El ver la totalidad es una de las cosas más difíciles de hacer, mientras que ver un fragmento es bastante fácil. Para ver algo como un todo, lo cual significa verlo cuerdamente, sanamente, completamente, no podemos mirar desde un centro el centro que se manifiesta como del yo», «el tú», «el ellos», «el nosotros».
»

«Esto no es un discurso, no es una plática o conferencia que ustedes escuchan en forma casual y se retiran. Se están escuchando ustedes mismos; si tienen oídos para oír lo que se dice, no podrán estar de acuerdo o discrepar eso está ahí. Por lo tanto, todos estamos participando de eso, estamos comunicándonos, estamos trabajando juntos. En ello hay gran libertad, gran afecto, compasión, y, después de todo, de ahí surge la comprensión.

Santa Mónica, California, 1 de marzo de 1970.

*Extracto de libro “Más allá de la violencia”, publicado por Editorial Edhasa.




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