sábado, 26 de enero de 2013

Cómo alcanzar nuestra paz

    Simon Bolívar, estatua ecuestre del prócer, en Parque de Bolivar en Medellín, obra del escultor italiano Giovanni Anderlini y fundida por el también escultor italiano Eugenio Maccagnani.

    LO QUE NO PUDO SER; 
    LO QUE FUE.
    Hugo Betancur

 

Nuestros pensamientos son expresiones del movimiento de nuestras mentes y provienen de un archivo de datos e impresiones que hemos asumido. Interpretamos los procesos de la existencia según nuestras experiencias y según las de otros limitados al estado de nuestra personalidad.

Cuando meditamos seriamente sobre nuestras acciones y relaciones con la visión del corazón –la disposición a comprender-, podemos conocernos y conocer a otros, si ese es nuestro propósito. Los enfoques racionales son solo una fragmentación de lo que llamamos realidad porque provienen de nuestras creencias particulares. Si logramos mirar el mundo desde la posición de los demás, tendremos su perspectiva y sus percepciones, distintas a las nuestras.

Podemos ser atentos observadores mientras debutamos en los escenarios de la vida e interactuamos según las condiciones del presente o podemos ser actores distraídos empeñados en representar los papeles aprendidos en el pasado y en recitar una y otra vez los guiones memorizados y reverberantes –nuestro programa y nuestros fijos proyectos de vida.

Si nos desempeñamos como actores que repetimos nuestros libretos, nuestros procesos de reacción serán monótonos y previsibles: el mismo engranaje mecánico puesto en marcha y controlado por nuestras mentes estancadas con nuestra energía y una precaria información para desempeñarnos en nuestras relaciones de todos los días.

Nuestras mentes fluyen construyendo ideas e imágenes adecuadas a lo que somos. Otros pueden tomarse una impresión de cada uno de nosotros cuando observan nuestros comportamientos por las emociones y sentimientos que expresamos en nuestras relaciones y acciones habituales.

Muchas veces nos quedamos pasmados cavilando sobre lo que no pudo ser. Revisamos nuestros viejos planes y expectativas y repasamos los dramas en que fuimos protagonistas infortunados, llevados a la deriva por un cruel destino que nos dejó su huella de amargura y sufrimiento.

Cargamos esos recuerdos como una valiosa posesión durante largas jornadas a través del tiempo de nuestras vidas y hacemos recuentos minuciosos que terminan por aburrir o abrumar a nuestros amigos y parientes; sin embargo, no obtenemos alegría ni satisfacción con esa representación psicológica de mártires: las historias tristes solo nos atraen  evocaciones autocompasivas y grises; los cementerios solo guardan despojos y los museos solo conservan retazos de situaciones ya transcurridas y evanescentes.

Todo lo que fue dejó alguna evidencia que podemos relacionar con eventos y personajes. Lo que no pudo ser lo podemos explicar como no sucedido: faltan las evidencias porque no lo experimentamos y no fue posible: un gran amor, la adquisición de algo material, la ejecución de alguna acción o la conquista de algún objetivo perseguido.

Ante nuestras vivencias decidimos nuestras actitudes y sentimientos para asimilar los acontecimientos en que participamos: elegimos la aceptación inteligente y fluida o elegimos el rechazo y la resistencia.

La aceptación nos lleva a la paz y al entendimiento de que todo lo que pasa tiene una causa y un propósito.

El rechazo nos lleva al conflicto y al sufrimiento, lo que no modifica los sucesos atravesados y nos convierte en viajeros tormentosos y quejumbrosos.

La vida es un conjunto de circunstancias que nos permiten experimentar todas las opciones de la dualidad bajo identidades diferentes. En algún instante del tiempo los cuerpos han de morir. El altivo monarca abandona su trono inevitablemente para regresar vestido de mendigo a confundirse con la gente menuda que hizo posible su reinado; y el mendigo se despoja de su atuendo andrajoso para ponerse los trajes suntuosos de soberano y recorrer a su antojo las dependencias del palacio –todo esto ocurre para que cada uno conozca  los papeles cumplidos por los otros y la manera como se sintió sacudido por los procesos de su efímera existencia.

El sufrimiento es un yugo que asumimos. Cuando nos damos cuenta que no es grato ni útil y que llena de confusión nuestras vidas, podemos dejarlo atrás junto con nuestras interpretaciones particulares, nuestras recriminaciones, nuestras culpas, nuestras condenas, nuestros odios y nuestros sentimientos de separación. Dejamos entonces de sentirnos víctimas de otros y asumimos nuestra autonomía; nos liberamos de nuestros juicios extremos y de sus consecuencias.

Desde nuestras creencias, cada uno de nosotros decide qué sucesos van a afectarnos y cómo nos van a afectar. En cualquier momento podemos cambiar de elección cuando alcanzamos una visión consciente sobre la inevitabilidad de los hechos vivenciados.

Nuestro mayor obstáculo para cambiar el enfoque sobre los eventos proviene de nuestro ego caprichoso con sus presunciones de orgullo, de “dignidad herida” y de dominio o control sobre las acciones y decisiones de los demás.

Como escribí antes, la comprensión nos permite modificar nuestra mentalidad y nuestras creencias: al unísono, nuestro corazón busca las razones de nuestra mente y nuestra mente busca las razones del corazón, lo que nos permite ver “lo que es” y lo que fue y dejar a un lado “lo que no pudo ser”, para que las tramas de la crónica vivida nos muestren su coherencia y sus intrincados nexos de aprendizaje y de libre albedrío.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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domingo, 6 de enero de 2013

La violencia, la ira, la inconsciencia. Reflexiones de Krishnamurti

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 Reflexiones de Jiddu Krishnamurti:

 

Todo el campo de la violencia

Existen diferentes formas de violencia. ¿Debemos investigar cada tipo de violencia o abarcar toda la estructura de la violencia? ¿Debemos mirar todo el campo de la violencia o sólo una parte de ella?... La fuente de la violencia es el ‘yo’, el ego, el mí que se expresa a sí mismo de muchas maneras: en la división, en el tratar de convertirnos o ser alguien más, lo cual en sí mismo es una división del ‘yo’ y el ‘no yo’, del consciente y el inconsciente; el ‘yo’ que se identifica con la familia o la no familia, con la comunidad o la no comunidad, etc. Es como una piedra que arrojamos en un lago, las ondas se extienden y extienden, y el centro es el ‘yo’. Mientras el ‘yo’ exista en cualquiera de sus formas, sutil o abiertamente, habrá violencia.

 

           De “Más allá de la violencia”.

 

La profundidad de la violencia

 

La violencia no sólo es matar a otro. Hay violencia cuando uno emplea una palabra agresiva, cuando hace un gesto de desprecio a una persona, cuando obedece porque tiene miedo. De modo que la violencia no es sólo la matanza organizada en nombre de Dios, en nombre de la sociedad o del país, la violencia en mucho más sutil, más profunda, y estamos investigando la profundidad de la violencia en sí misma.


Cuando dice que es indio, musulmán, cristiano, europeo o cualquier otra cosa, está siendo violento. ¿Sabe por qué es violento? Porque se está separando del resto de la humanidad. Cuando se separa a sí mismo por creencia, por nacionalismo, por tradición, eso genera violencia. Así pues, un hombre que quiere comprender la violencia no pertenece a ningún país, a ninguna religión, a ningún partido político o sistema, sino que se interesa en comprender a la humanidad.

 

        De “Libérese del pasado”.

 

Afrontar la violencia de otro

 

Interlocutor: ¿Cómo afrontar la violencia de los demás?

 

Krishnamurti: Si mi vecino es violento, ¿cómo debo afrontarlo? ¿Poner la otra mejilla? A él le gustaría. ¿Qué debo hacer? ¿Haría esa pregunta si realmente no fuera violento, si no hubiera violencia en usted? Escuche eso. Si en su corazón, en su mente, no hay violencia, odio, amargura, ningún sentido de realización, de querer ser libre, nada de violencia, ¿haría esa pregunta de cómo lidiar con ese vecino violento? ¿O sabría qué hacer ante el vecino? Otros pueden decirle lo que debe hacer si es violento, pero puede que usted no sea violento, y en ese momento en que su vecino reacciona violentamente sabrá como afrontar esa situación. Sin embargo, una tercera persona que lo observa puede decir: “Usted también es violento”, pero usted sabe que no es violento. Por consiguiente, lo importante es que usted no sea violento, no importa como le llame la otra persona diga.

 

          De “Más allá de la violencia”.

 

En presencia de la ira

 

Cuando el cerebro afronta la violencia sufre un cambio químico muy rápido, reacciona más rápido que un rayo. Todo el cuerpo reacciona y hay una respuesta inmediata; puede que uno no devuelva el golpe, pero la misma presencia de la ira o del odio es la causa de esa respuesta y la acción consecuente.

En presencia de una persona enojada, observe lo que sucede si uno está atento y no responde. En el momento en que presta atención al enojo de esa persona y no reacciona, hay una respuesta del todo diferente. El instinto de uno es reaccionar al odio con el odio, al enojo con el enojo, hay un brote químico que crea una reacción en el sistema nervioso. Pero si uno permanece en completa calma en presencia del enojo, se produce una acción muy diferente.

 

        De “Relaciones sin conflicto”.

 

 

¿Existe la ira justificada?

 

¿Existe la ira justificada? ¿O sólo es ira? No existen buenas o malas influencias, sólo influencias, pero cuando uno es influenciado por algo que no le gusta dice que es una influencia mala.

 

En el momento en que protege a su familia, su país, un trozo de fábrica colorido llamado bandera, una creencia, una idea, un dogma, lo que pide o mantiene, esa protección en sí misma implica ira. Así que debe mirar la ira sin ninguna explicación o justificación, sin decir: “Debo proteger mis bienes”, o “es justificado que tenga ira”, o “cuán estúpido soy de sentir ira ¿Puede mirar la ira como si fuera algo en sí mismo? ¿Puede mirarla completa y objetivamente, lo cual significa sin defenderla ni condenarla?

 

           De “El vuelo del águila no deja rastro”.

 

 

No evadirse del hecho de la violencia

 

Si realmente no hubiera ideales, sólo quedaría ‘lo que es’. ¿Le haría eso complaciente o, por lo contrario, tendría entonces la energía, el interés, la vitalidad para solucionar ‘lo que es’? ¿No es el ideal de no-violencia un escape del hecho de la violencia? Cuando la mente no escapa, cuando afronta el hecho de la violencia, eso que es violencia, sin condena, sin juicio, entonces, sin duda, la mente entra en una cualidad completamente diferente y la violencia cesa.

 

        De “El vuelo del águila no deja rastro”.

 

¿Por qué crear un opuesto de no violencia?

 

El hombre siempre trata de ser no violento. De modo que se genera un conflicto entre ‘lo que es’, lo cual es violencia, y ‘lo que debería ser’ que es no violencia, y se forma así un conflicto entre los dos; esa es la esencia misma de la pérdida de energía. Mientras exista dualidad entre ‘lo que es’ y ‘lo que debería ser’, mientras el hombre trate de ser algo, esforzándose para lograr ‘lo que debería ser’, ese conflicto es pérdida de energía. Mientras exista conflicto entre los opuestos, el hombre no tendrá suficiente energía para cambiar. Pero ¿por qué crear estos opuestos, como la no-violencia o el ideal?

 

        De “El vuelo del águila no deja rastro”.

 

La no-violencia no es un hecho

 

La no-violencia se ha pregonado una y otra vez en política, en religión y por diferentes líderes. La no-violencia no es un hecho, tan sólo es una idea, una teoría, un montón de palabras; el hecho real es que somos violentos, es un hecho, es ‘lo que es’. Pero no somos capaces de comprender ‘lo que es’ y por eso, inventamos esa tontería que llamamos la no-violencia, lo cual genera un conflicto entre ‘lo que es’ y ‘lo que debería ser’. Mientras persigamos la no-violencia estaremos sembrando la semilla de la violencia; es algo tan obvio. Así pues, ¿podemos mirar juntos ‘lo que es’ sin evadirnos, sin ningún ideal, sin reprimirlo o escapar de ‘lo que es’?

 

        De “La llama de la atención”.

 

Todo el campo de la violencia

 

Existen diferentes formas de violencia. ¿Debemos investigar cada tipo de violencia o abarcar toda la estructura de la violencia? ¿Debemos mirar todo el campo de la violencia o sólo una parte de ella?... La fuente de la violencia es el ‘yo’, el ego, el mí que se expresa a sí mismo de muchas maneras: en la división, en el tratar de convertirnos o ser alguien más, lo cual en sí mismo es una división del ‘yo’ y el ‘no yo’, del consciente y el inconsciente; el ‘yo’ que se identifica con la familia o la no familia, con la comunidad o la no comunidad, etc. Es como una piedra que arrojamos en un lago, las ondas se extienden y extienden, y el centro es el ‘yo’. Mientras el ‘yo’ exista en cualquiera de sus formas, sutil o abiertamente, habrá violencia.

     

        De “Más allá de la violencia”.

 

La profundidad de la violencia

 

La violencia no sólo es matar a otro. Hay violencia cuando uno emplea una palabra agresiva, cuando hace un gesto de desprecio a una persona, cuando obedece porque tiene miedo. De modo que la violencia no es sólo la matanza organizada en nombre de Dios, en nombre de la sociedad o del país, la violencia en mucho más sutil, más profunda, y estamos investigando la profundidad de la violencia en sí misma. Cuando dice que es indio, musulmán, cristiano, europeo o cualquier otra cosa, está siendo violento. ¿Sabe por qué es violento? Porque se está separando del resto de la humanidad. Cuando se separa a sí mismo por creencia, por nacionalismo, por tradición, eso genera violencia. Así pues, un hombre que quiere comprender la violencia no pertenece a ningún país, a ninguna religión, a ningún partido político o sistema, sino que se interesa en comprender a la humanidad.

 

        De “Libérese del pasado”.

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