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Hacia la paz social a
través de la paz individual
Por Dokushô Villalba*, maestro
Zen.
En esta ocasión me gustaría hablaros de la Paz. Me gustaría
hacer una humilde reflexión sobre la paz basándome en las enseñanzas y la
práctica del Zen, con la esperanza de que todos juntos podamos beneficiarnos de
esta enseñanza y podamos encontrar una buena manera de resolver nuestros
conflictos internos e interpersonales, de forma que gocemos de un estado mental
y emocional pacífico y armonioso.
No soy político ni sociólogo ni economista. Soy un sacerdote
budista. Por lo tanto, mi análisis es básicamente espiritual, Atañe a nuestra
mente, a nuestro corazón, a la manera en la que nos percibimos a nosotros
mismos. Tenemos que reconocer que todo conflicto social y político nace,
originalmente, en el interior de la mente de los individuos. Y es después,
cuando ese conflicto interior ha sido proyectado hacia el exterior, que se
materializa en un conflicto socio-político-económico. Este último, a su vez,
puede ser causa de nuevos conflictos internos en la mente de los individuos.
Así como la Paz social sólo puede surgir de la paz interior de
los individuos que componen la sociedad, el Conflicto social sólo puede surgir
del conflicto interior de los individuos que componen la sociedad.
Existe pues una estrecha relación entre el conflicto interno y
el conflicto externo. Ambos se generan mutuamente. Ahora bien ¿cuál es el
primero; cuál es la causa y cuál el efecto? Transformación social versus
transformación individual. Esto es como preguntarse: ¿Qué fue primero, el huevo
o la gallina? Se podría discutir indefinidamente sobre esto.
No es mi intención discutir aquí sobre ello, pero si se hiciera,
veríamos que, básicamente, surgirían dos actitudes:
• La de los revolucionarios sociales, para quienes las
circunstancias ambientales (socio-política-económicas) son las causantes del
sufrimiento de los individuos. Por lo tanto, su acción va destinada sobre todo
a la transformación de dichas circunstancias.
• La de los revolucionarios, llamémosles, individualistas, para
quienes toda revolución verdadera debe suceder previamente en el interior del
individuo, ya que los individuos son los elementos básicos de toda sociedad
humana. Según esta posición, son los individuos los que deben crear un estado
de paz en sus mentes para que la interacción de todos ellos genere paz social.
Personalmente siento que una visión equilibrada debe incluir ambas actitudes,
si bien creo que las causas profundas de todo conflicto, ya sea social o
individual, debemos buscarlas en el interior de las mentes individuales.
Ningún ser humano sano ama el conflicto. El conflicto interno
merma la capacidad de ser feliz del individuo y el conflicto social merma la
armonía entre individuos. Dado que lo que en el fondo todos anhelamos es
felicidad y bienestar es importante que podamos comprender las causas y
dinámicas de nuestros conflictos internos y cómo estos conflictos nos inducen a
crear relaciones conflictivas con las personas que nos rodean. Es muy importante
que aprendamos a disolver nuestros conflictos internos. Esto no puede suceder
si no comprendemos cómo se generan.
¿Qué nos dice la enseñanza del Budismo Zen a este
respecto? La experiencia suprema o el estado ideal en el Budismo es llamado nirvana.
Literalmente, nirvana significa "extinción". Se entiende
"extinción de todo tipo de conflicto, de lucha, de insatisfacción, de
sufrimiento". Nirvana es un estado mental caracterizado por la extinción
de la llama del dolor y del sufrimiento. Usualmente se emplea la imagen de una
vela encendida para explicar el proceso de extinción del sufrimiento. La llama
de la vela es el estado de conflicto, de lucha, de dolor y sufrimiento.
Para que una vela permanezca encendida se requiere un conjunto
de causas y de factores circunstanciales, a saber:
• Es necesario un soporte material básico (el combustible: la
cera en forma de vela, con una mecha apta para arder).
• Es necesario un conjunto de factores circunstanciales
(atmósfera con una cierta cantidad de oxígeno y una cierta corriente de aire).
• Es necesaria una llama ya encendida previamente (encendedor,
fósforos, fuego de chimenea, etc…).
• Es necesario alguien con la voluntad de usar ese fuego
anteriormente encendido para encender la mecha de la vela). Todas estas causas
y circunstancias son necesarias para encender y mantener encendida una vela. A
falta de uno de ellos, o bien la vela no puede ser encendida o bien si se ha
encendido, se apaga. Traduzcamos esto al ámbito interno del individuo:
• El soporte básico, el combustible, son ciertos estados
internos susceptibles de arder en el fuego del conflicto.
• Los factores externos son circunstancias sociales, culturales,
políticas o económicas que permiten que estos estados internos entren en
combustión.
• La llama previamente encendida son los viejos conflictos
internos no resueltos.
• La voluntad de usar la llama de estos viejos conflictos no
resueltos es la opción individual de usar esa llama para encender el
combustible susceptible de entrar en combustión.
Esta dinámica es un círculo vicioso que se autoperpetúa: viejos
conflictos no resueltos pueden encender conflictos nuevos si se dan las
circunstancias adecuadas y si se produce la opción (la voluntad) de recurrir a
los viejos conflictos para inflamar los nuevos.
¿Cómo romper este círculo vicioso? A primera vista, puede
parecer que con suprimir cualquier eslabón de esta cadena, la llama del
conflicto actual no se produciría y, por lo tanto, el conflicto quedaría
resuelto. Pero un análisis más detallado nos hará ver que esto no es
exactamente así.
Veámoslo por parte. Para recapitular recordemos los cuatro
elementos necesarios en el círculo vicioso del conflicto y del sufrimiento:
• En primer lugar, una voluntad, una opción por crear el
conflicto. (Puede ser inconsciente).
• En segundo lugar, la llama de un viejo conflicto no resuelto.
• En tercer lugar, las circunstancias externas que favorecen la
combustión.
• En cuarto lugar, un soporte básico, el combustible, del
conflicto actual. (A su vez, este nuevo conflicto generado, puede convertirse
en la llama que inicie un nuevo conflicto futuro,etc...) Cuando se dan estos
cuatro aspectos, la aparición del conflicto y del sufrimiento es automática y
se genera una dinámica de conflictividad creciente, una bola de nieve.
¿Qué
podemos hacer para romper este círculo vicioso?
• Podemos suprimir, por ejemplo, la voluntad de crear un nuevo
conflicto. Si suprimimos la voluntad de encender conflictos nuevos con la llama
de los viejos conflictos, el conflicto nuevo no se manifiesta (no se enciende
una nueva llama). Pero esto no resuelve los viejos conflictos (que siguen
existiendo) ni la posibilidad de que sean encendidos conflictos nuevos en el
futuro. Esta posibilidad tampoco hace desaparecer las circunstancias externas
que propician la virtual inflamación de nuevos conflictos. No obstante, aunque
la supresión de la voluntad de encender conflictos nuevos con la llama de
viejos conflictos no resueltos no resuelve todo el problema, es la condición
imprescindible para que no aparezcan nuevos conflictos. De esta forma, podemos
concentrarnos en la resolución de los viejos conflictos no resueltos.
• Podemos apagar la llama de los viejos conflictos no resueltos.
Una vez suprimida la posibilidad de encender nuevos conflictos con la llama de
los conflictos viejos, estamos en disposición de ocuparnos de apagar estos
viejos conflictos. ¿Por qué se mantienen encendidos los viejos conflictos?
Podríamos decir que por dos conjuntos de causas:
1ª.
Porque se dan las circunstancias externas que permiten que la llama de esos
conflictos siga ardiendo.
2ª.
Porque hay un material básico, un combustible con capacidad de arder.
• Podríamos disolver o transformar entonces las circunstancias
externas que propician la aparición del conflicto. Visto esto, unos dirían
entonces, que para apagar esos viejos conflictos, lo que habría que hacer es
suprimir las circunstancias externas que le permiten seguir ardiendo.
Obviamente, si suprimimos las circunstancias externas, la llama de estos viejos
conflictos no se manifestará. La llama se apagará. (Si suprimimos el oxígeno
atmosférico que necesita la llama de una vela para arder, la llama se
extinguirá). Suprimir o transformar las circunstancias externas que permiten la
aparición de un conflicto es también necesario. No obstante, aunque la llama de
la vela se haya apagado, el material básico, el combustible capaz de arder en
cualquier momento, permanece intacto y susceptible de encenderse si se vuelven
a dar las circunstancias externas adecuadas.
• Por lo cual tenemos que suprimir las causas profundas, el
combustible básico, del conflicto. Si queremos suprimir de raíz el conflictos y
evitar que vuelva a encenderse debemos disolver las causas profundas, el
combustible básico, la posibilidad misma de que vuelva a darse. Estas causas
profundas no son externas a nosotros mismos, sino que se encuentran en lo más
íntimo de nuestra conciencia de ser. El término nirvana se emplea para designar
esta extinción total del soporte básico de todo conflicto.
Clarificar las causas profundas del
conflicto.
Desde el punto de vista del Budismo, las causas profundas de
todo conflicto y del sufrimiento que conlleva, reciben el nombre de Tres
Venenos.
Los
Tres Venenos son:
• La ignorancia primordial.
• El apego y su familia (el deseo, la atracción, la
identificación absoluta)
• El odio y su familia (la cólera, el rechazo, la aversión).
Cuando estos Tres Venenos permanecen en nuestra mente, el conflicto y el
sufrimiento aparecen sin lugar a dudas en nuestra vida. Si no se dan las
circunstancias requeridas, estos Tres Venenos no se manifiestan. Pero el hecho
de que no se manifiesten no quiere decir que no existan. Simplemente no se
manifiestan. No obstante, basta con que aparezcan las circunstancias propicias
para que los Tres Venenos, hasta entonces en estado latente, vuelvan a
manifestarse.
La práctica del Budismo Zen, cuyos tres pilares son:
comportamiento moral correcto, introspección o meditación correcta y visión
correcta, tiene como finalidad la transformación de estos Tres Venenos mediante
el cultivo sistemático de sus antídotos.
Estos son:
• Sabiduría (o disolución de la ignorancia).
• Serenidad mental y emocional (o disolución de los deseos y
apegos insanos)
• Compasión (o disolución de la cólera y del odio).
¿Por qué en el Budismo Zen se le da tanta
importancia a la transformación o disolución de estos Tres Venenos?
Porque constituyen el único conjunto de causas imprescindibles del conflicto y
del sufrimiento. Si no se dieran estas causas básicas, el conflicto y el
sufrimiento no podrían aparecer. Si no hay vela, no hay llama. Aunque se dieran
todas las circunstancias adecuadas para la combustión, aunque tengamos
encendida y dispuesta otra vieja llama, aunque tengamos la voluntad de prender
un nuevo fuego con esta vieja llama, sin el soporte básico este fuego no podría
ser prendido.
Qué
son estos Tres Venenos y sus Antídotos.
La ignorancia consiste básicamente en un oscurecimiento mental
que nos impide ver la verdadera realidad de nuestra propia naturaleza y de la
naturaleza del mundo y, al contrario, nos hace ver como realidad algo que es
ilusorio.
Bajo los efectos de la ignorancia:
• Creemos que somos un yo fijo, definido, sólido, independiente.
• Creemos que este yo permanece fijo, estable e idéntico a sí
mismo a lo largo del tiempo.
• Creemos que la perpetuación de este yo ilusorio nos hará
sentirnos felices y seguros, y...
• No vemos la realidad de la interdependencia.
• No vemos la realidad del cambio continuo.
• No vemos el sufrimiento inherente al apego a este yo
ilusorio.
¿Por qué la creencia en un yo fijo, sólido y definido, siempre
idéntico a sí mismo, es causa de sufrimiento y conflicto? La creencia en un yo
fijo, sólido, definido, siempre idéntico a sí mismo es la manifestación básica
de la ignorancia. Esta creencia es un problema sobre todo cognitivo. Es una
percepción distorsionada de la realidad. Esta creencia va siempre acompañada de
una fuerte carga emocional.
Tanto la carga emocional, como la eléctrica, se polarizan
siempre en:
• positiva (apego, identificación),
• negativa (odio, rechazo),
• y neutra (ni apego ni rechazo). La creencia en el yo polariza
la realidad en dos polos: yo -y lo mío- y no-yo -no mío (los demás, los que
están "de más", lo suyo)-.
El yo (y lo mío) se convierten así en objeto del apego y de la
identificación emocional (carga positiva).
Lo no-yo (lo otro) se convierte en el objeto de rechazo en el
peor de los casos, y en indiferencia en el mejor de los casos. La mente cegada
por la ignorancia traza un círculo psicológico, un límite, una frontera. Al
territorio que se encuentra en el interior del círculo lo llama "yo (y/o
mío)". Al exterior del círculo lo llama "lo otro" (o lo
suyo)". El conflicto está entonces servido.
Todo conflicto es siempre un conflicto fronterizo, ya se trate
de una frontera psicológica o de una territorial (aunque en su origen todas las
fronteras son psicológicas o mentales). El conflicto surge cuando se intenta
responder a estas preguntas: ¿Dónde se establece la línea fronteriza y quién lo
hace? Dado que ese "yo-1" vive con otros muchos "yo-x",
(que para el "yo-1" son simplemente no-yo, el conflicto de donde
acaba un "yo" y donde empiezan los otros "yo" está servido
en bandeja. La independencia de un "yo" para marcar los límites que
lo definan choca con la independencia de otros "yo" para hacer lo
mismo.
La intensidad de este choque conflictivo depende de la
intensidad del apego/odio que cada "yo" sienta por sí mismo y por el
otro: a mayor apego/odio, mayor será la intensidad del conflicto. A mayor
intensidad del conflicto, mayor será el apego/odio susceptible de generarse.
Aquí nos encontramos con los otros dos venenos: El apego puede
ser definido como una identificación emocional obsesiva con una parte
determinada de la realidad, en concreto, con esa a la que se la ha llamado
"yo" (y lo mío). El deseo, la avidez, la ambición, el ansia, la
ansiedad, forman parte de esta misma familia. El odio, por su parte, puede ser
definido como un rechazo emocional obsesivo hacia una parte determinada de la
realidad, en concreto, hacia esa que hemos llamado "no-yo" (lo otro).
La cólera, la aversión, la descalificación de lo otro son emociones
emparentadas de esta misma familia.
Detengámonos brevemente para observar la relación que existe
entre el deseo y la cólera: el deseo, por su propia naturaleza, tiende siempre
buscar su satisfacción; el deseo es una tensión emocional que necesita ser
relajada mediante la satisfacción.
En la
acción de desear encontramos tres aspectos:
• El sujeto que experimenta o genera el deseo.
• El objeto del deseo.
• La acción emprendida por el sujeto en pos de la
satisfacción.
Sin embargo, no siempre se puede obtener lo que se desea (ya lo
decían los Rolling Stones). La acción emprendida por el sujeto en pos de la
satisfacción puede encontrar muchos obstáculos que impidan alcanzar el objeto
del deseo.
Cuando esto sucede, por lo general, aparece la cólera, la ira,
la furia. La cólera es una emoción destructora. Su objetivo es destruir el
obstáculo que se interpone entre el sujeto que desea y el objeto deseado. Por
lo general, este obstáculo es mucha veces "lo otro", el
"no-yo". Una mente cegada por la creencia en el yo se ve afectada de
egocentrismo. Esto es, el "yo" cree ser el centro del universo y
piensa que "lo otro", el mundo y su gente, está ahí para satisfacer
su deseo, o al menos, en ningún caso debe constituir un obstáculo. El problema
es que los demás "yoes" piensan lo mismo. Volvamos ahora al conflicto
fronterizo (nuestra vida cotidiana está llena de pequeños conflictos fronterizos:
intrapersonales e interpersonales).
Al analizar la historia de la humanidad y nuestra propia
historia personal, podríamos pensar que existen dos maneras básicas de resolver
los conflictos fronterizos:
1º. Mediante la reafirmación de la independencia del yo apoyada
en la fuerza coactiva.
2º. Mediante el diálogo basado en la realidad de la
interdependencia mutua del yo con lo no-yo. En realidad, y como espero
demostrar, no hay dos maneras. Sólo una: la del diálogo basado en la
interdependencia mutua del yo con lo no-yo.
Veámoslo:
1º.
Tenemos que reconocer que la opción que consiste en afirmar la independencia
del yo mediante la fuerza coactiva ha sido y sigue siendo la más recurrente en
la mayoría de nosotros como manera de resolver nuestros conflictos internos,
interpersonales e internacionales. Tenemos que reconocer que aunque el uso de
la fuerza coactiva parece solucionar el conflicto a corto plazo, en realidad lo
único que hace es aplazarlo e inflamarlo aún más. ¿Por qué? Porque el uso de la
fuerza coactiva no disuelve las causas profundas de los conflicto. Solamente
cambia la polaridad del conflicto.
¿Cómo es esto? La aparente resolución de un conflicto mediante
la fuerza coactiva trae inevitablemente al escenario la figura del yo vencedor
y del yo vencido. Usualmente el yo vencedor es el que más fuerza tiene para
afirmar su independencia. Por lo tanto, este yo vencedor puede creer que el
conflicto ha sido resuelto gracias a su mayor fuerza coactiva. No obstante,
olvida al yo vencido. El yo vencido se siente humillado, genera rencor, odio y
deseo de venganza. Se apega aún más a su deseo de independencia y puede esperar
pacientemente durante mucho tiempo hasta que se den las circunstancias
apropiadas (acumulación de fuerzas) para encender un nuevo conflicto y saciar
su deseo de venganza y de independencia.
Supongamos que las circunstancias cambian con el tiempo y que el
yo vencido en el conflicto anterior acumula la suficiente fuerza como para
enfrentarse y vencer al anterior yo vencedor. Entonces, éste se convierte en yo
vencido. Y como el anterior, se siente humillado, genera rencor, odio y deseo
de venganza. Se apega aún más a su deseo de independencia y espera
pacientemente, todo el tiempo que haga falta, a que las circunstancias cambien
para encender un nuevo-viejo conflicto.
Y así por los siglos de los siglos, la rueda del odio y del
conflicto basado en la fuerza coactiva continúa girando y girando. La opción
que consiste en afirmar la independencia del yo mediante el uso de la fuerza
coactiva no es una opción verdadera. Es una perpetuación "sine
die" del conflicto y de su secuela de sufrimiento.
2º. El
diálogo basado en la realidad de la interdependencia mutua del yo con lo no-yo
es la única solución verdadera, la única que aporta una verdadera paz interior
porque es acorde a la realidad de la naturaleza humana. El verdadero diálogo
está necesariamente basado en la comprensión y aceptación de que ningún yo
puede ser independiente. La independencia del yo es una ilusión, un mito
adolescente. Ningún yo puede vivir por sí mismo. Ningún yo es ni podrá ser
nunca independiente. Todos nosotros necesitamos el aire, la tierra, el agua, el
sol para sobrevivir. Nos necesitamos los unos a los otros. Somos lo que somos
sólo gracias a la interdependencia que nos une a todo cuanto existe.
El
diálogo como solución.
Para que el yo pueda solucionar mediante el diálogo su conflicto
con lo no-yo tiene que abandonar la opción de la fuerza coactiva. El fin último
de la fuerza coactiva es la destrucción, o la neutralización como
eufemísticamente se dice en el lenguaje militar moderno, de lo no-yo. Para que
el diálogo se produzca es imprescindible que el yo reconozca el derecho a ser
de lo no-yo. El yo debe equiparar su derecho a ser con el derecho a ser del
no-yo. Es decir, el yo necesita ecuanimidad. Necesita liberarse de la terrible
polarización emocional "apego a lo mío / rechazo de lo suyo".
La ecuanimidad permite al yo poner en la misma balanza sus
necesidades y las de lo no-yo. El diálogo no puede producirse desde el
egocentrismo. Un yo dialogante es un yo que se da cuenta de que la realidad
carece de centro. La realidad es un diálogo continuo entre infinidad de centros,
un diálogo continuo entre una infinidad de yoes interdependientes.
Así pues, la ofuscación, el apego terco al yo y a lo mío, el
rechazo, el odio o la insensibilidad hacia el "otro" son tres venenos
que intoxican la mente humana y nos impiden convivir en interdependencia con
las demás existencias. Estos tres venenos son las causas profundas de todo
conflicto y de todo sufrimiento.
¿Cómo
transformar los Tres Venenos?
Alimentando en nosotros sus antídotos:
• Alimentando la sabiduría, es decir, la visión profunda
de las profundas interrelaciones que nos mantienen unidos.
• Alimentando la ecuanimidad emocional, pacificando nuestras
emociones.
• Alimentando la compasión (no le hagas a otro lo que no te
gustaría que te hiciera a ti mismo; haz a los otros lo que te gustaría que te
hicieran a ti mismo). ¿Cómo se hace esto? Seguramente hay muchas maneras de
hacerlo. Cada uno debe encontrar la que concuerde mejor con sus características
personales. Particularmente, conozco una manera maravillosa de practicarlo: la
meditación zazen. Durante la meditación zazen se produce aquello que le sucedió
a un viejo ermitaño un día: Historia del ermitaño, de los dos toros que
combatían a orillas del mar. Esto es lo que vamos a hacer durante este fin de
semana: sentarnos, sentirnos, hacernos íntimos con nosotros mismos y dejar que
los dos polos de nuestros conflictos internos se disuelvan en el océano de paz,
calma y luminosidad de nuestra auténtica naturaleza original. Y vamos a ofrecer
esta paz interior conseguida a la Convivencia Pacífica de todos los seres
vivos.
*Conferencia impartida por el
maestro Zen Dokushô Villalba en Bilbao, el 18 de Febrero de 1999.
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